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La crisis griega, me la tiro  

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Leónidas de 300 lucha contra la crisis en Grecia (¡y sólo con 300 euros!)  

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Quién es quién en la crisis griega  

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INTERNET Y EL CELEBRO  

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Internet y el cerebro: una guía para periodistas

Por: Alberto Cairo
Libros y artículos que definen el debate
sobre la influencia de los medios digitales en la mente

Bill_keller_at_nycEl  18 de mayo de 2011, Bill Keller, entonces director de The New York Times, publicó un artículo titulado “The Twitter Trap” (“La trampa de Twitter”), homenaje melancólico a un mundo que se esfuma: el de los diarios impresos y los libros de papel, el de la lectura atenta y las conversaciones cara a cara. En los últimos párrafos, Keller escribió: “hay una creciente cantidad de Casandras digitales que están explorando lo que los nuevos medios hacen con nuestro cerebro”, y citaba a la novelista Meg Wolitzer, cuyo último libro afirma que las nuevas generaciones poseen “información, pero no contexto”.
Todo gran cambio tecnológico y cultural, como los propiciados por la invención de la escritura —hace más de seis mil anos— y por la expansión de la imprenta de tipos móviles —siglo XV—, causa al mismo tiempo entusiasmo y recelo. La intuición de que cada nueva herramienta da tanto cuanto arrebata es una constante en  la historia. Sócrates temía que la escritura acabase con la memoria. Los elitistas en el amanecer de la Edad Moderna recelaban de que la difusión generalizada de libros condujese a la banalización de la cultura. "Amamos y odiamos a la vez nuestras creaciones, de las que nos gusta desconfiar" escribió José Cervera en un ensayo en la revista Orsai.
La revolución que vivimos hoy, que supone la traducción de nuestro acervo personal y social a código binario, ha desatado un debate intenso, del que el artículo de Keller forma parte. Pero, ¿qué hay de cierto en sus aventuradas afirmaciones? ¿Debe preocuparnos lo que los nuevos medios hacen con nuestro cerebro? ¿O es más correcto centrarse en lo que no cambian, en aquellos rasgos nocivos de la naturaleza humana de los que se aprovechan y que pueden reforzar?

Superficiales
Tecnología y cerebro
Uno de los libros que inspiraron el artículo de Keller es Superficiales (2010), del ensayista Nicholas Carr, que ha causado revuelo tanto por la fuerza de sus argumentos como porque, al igual que el exdirector del Times, parte de preocupaciones legítimas para llegar a conclusiones en apariencia plausibles, pero alarmistas.
Carr comienza con la confesión de que en el pasado era capaz de pasar horas sumido en un texto largo. Hoy, por el contrario, "mi concentracion comienza a disiparse después de una o dos páginas. Me inquieto, pierdo el hilo, comienzo a buscar otra cosa que hacer. Siento que debo esforzarme continuamente para conducir mi cerebro de vuelta al texto. La lectura profunda, que me era tan natural, se ha convertido en una lucha".
No es difícil identificarse con la inquietud de Carr. Si es usted uno de los millones de individuos que pasan el día frente a una pantalla, habrá percibido que la cantidad de distracciones que batallan por su atención se ha multiplicado: alertas automáticas, feeds de actualizaciones en Facebook y Twitter, el último vídeo casero en YouTube, la galería de fotos más reciente en Flickr, los posts que florecen en su agregador de blogs favorito... La fragmentación de la atención es un problema real.
Ahora bien, afirmar sin matices que el cerebro humano cambia debido al uso constante de tecnologías digitales, como hace Carr, es una media verdad trivial que puede conducir a equívocos. Veamos por qué.
El cerebro flexible
Neurons
El funcionamiento del cerebro está basado en la interacción de miles de millones de células, llamadas neuronas. Las neuronas son, a grandes rasgos, diminutos generadores de energía eléctrica erizados de cables de emisión —los axones, uno por célula— y de recepción —las dendritas. La percepción, la razón, la memoria, la consciencia del propio ser y la ilusión de que poseemos alma y libre albedrío son propiedades emergentes de la actividad de redes neuronales. (Imagen de la derecha: dibujo de Ramón y Cajal)
El cerebro crea nuevas conexiones entre neuronas como respuesta a cualquier estímulo. Esta dinámica se llama neuroplasticidad, término que Carr usa en numerosas ocasiones en Superficiales. La neuroplasticidad permite que recordemos nuestras experiencias y que usemos esa información en decisiones futuras.
Esta es la principal arma de nuestra especie desde sus orígenes en África: somos capaces de aprender y prever, aun de forma incompleta, los peligros de entornos desconocidos. Por eso, hoy ocupamos hábitats tan diferentes como los hielos de Groenlandia y las selvas tropicales. El antropólogo John Tooby dijo una vez que el ser humano no habita en un nicho natural, como el resto de animales y plantas, sino en un nicho cognitivo, resultado de la manipulación consciente de cualquier ecosistema que invade.
La flexibilidad del cerebro llega a extremos sorprendentes. En 1911, los neurólogos británicos Henry Head y Gordon Holmes propusieron la hipótesis de que, cuando usamos una herramienta, el cerebro la trata como una parte del cuerpo, y no como una mera extensión. Nuestra mente, explicaron, mantiene representaciones de la estructura del organismo que habita. Estas representaciones, llamadas mapas somatotópicos, nos permiten andar y correr sin perder el equilibrio y calcular la distancia que nos separa de amenazas y alimentos.
Los mapas somatotópicos no son inmutables. Según Head y Holmes, “debemos a la existencia de estos esquemas el poder de proyectar el reconocimiento de nuestra postura, movimiento y localización más allá de los límites de nuestros cuerpos hasta el extremo de un instrumento sostenido entre las manos. Sin ellos, no podríamos tantear con un palo ni usar una cuchara a no ser que nuestros ojos estuviesen fijos en el plato”. Desde muy temprano en nuestra evolución, pues, los humanos nos hibridamos con las máquinas, instrumentos y tecnologías que ideamos. Somos ciborgs, literalmente.
La hipótesis de Head y Holmes fue confirmada en 1996, cuando Atsushi Iriki, de la Universidad Médica y Dental de Tokio, observó qué sucede en el cerebro de un macaco japonés cuando este se ayuda de un pequeño rastrillo para alcanzar un pedazo de comida. Tras unos días de entrenamiento, varias regiones cerebrales de los animales utilizados en los experimentos comenzaron a identificar la herramienta no como prótesis, sino como parte del brazo mismo.
Esa capacidad no es exclusiva de los macacos. Según Iriki, "cuando jugamos a un videojuego, sentimos que nuestra autoimagen se proyecta al interior de la pantalla como una extensión del cuerpo". Estudios posteriores de Lucia Riggio (Universidad de Padua) demostraron que el ser humano percibe estímulos táctiles tanto si estos son registrados por los dedos como si nacen de la punta de una herramienta manejada en ese momento.
BeyondTambién es pertinente mencionar los experimentos que el neurocientífico Miguel Nicolelis, de la Universidad de Duke, narra en Beyond Boundaries (2011). Nicolelis consiguió que varios monos controlasen extremidades robóticas y objetos virtuales en la pantalla de un ordenador con el pensamiento. Previamente, con la ayuda de sensores, había logrado transformar la actividad electroquímica cerebral en código descifrable por un procesador.
Nicolelis bromea: "no es sorprendente que millones de personas no quieran separarse ni un minuto de sus amadas Blackberrys". Los sienten como parte de sus cuerpos, de cierta manera, al igual que ocurre con las generaciones educadas en el uso continuo de una tecnología: la tratan como algo natural, lo que espanta a sus mayores. El cerebro infantil, en pleno desarrollo, es mucho más maleable que el adulto.
Los límites de la neuroplasticidad
Así pues, es cierto, como sostiene Carr, que la tecnología modifica el cerebro adulto, pero no está claro que lo haga de forma profunda y permanente, que es lo que Superficiales sugiere. Los cambios cerebrales significativos sólo han sido probados en usuarios con patrones anormales de uso de nuevas tecnologías.
En un estudio publicado en junio de 2011 por la revista PlosONE, un grupo de científicos chinos analizó la actividad cerebral de dieciocho adolescentes con síntomas de adicción a Internet. Los investigadores detectaron que varias áreas fundamentales para el autocontrol y la capacidad de concentrarse en una tarea y evitar distracciones presentaban un tamaño menor que la media. También identificaron niveles de actividad por debajo de lo normal en regiones relacionadas con la memoria de corto plazo.
El profesor de neurociencia Karl Friston, del University College London, matizó los resultados del estudio en un artículo en Scientific American. Afirmó que no eran sorprendentes, teniendo en cuenta que el cerebro se comporta como un músculo: su configuración se altera tanto con la práctica intensa como con su ausencia. El que se observen cambios a corto plazo no implica que estos se mantengan después de un tiempo. La adaptabilidad del cerebro es bidireccional.
IbrainY es que lo que tanto Nicholas Carr como Gary Small y Gigi Vorgan, autores de El cerebro digital: cómo las nuevas tecnologías están cambiando nuestra mente (iBrain: 2009), llaman cambios en el cerebro son lo que hemos conocido siempre como aprendizaje y educación. Small y Vorgan escriben en su libro sobre un experimento en el que compararon la actividad cerebral de tres nativos digitales (crecidos entre ordenadores) con la de tres inmigrantes digitales (adultos con menos experiencia en su uso) en el acto de hacer una búsqueda en Google y navegar por los resultados.
El estudio desveló que un área llamada córtex prefrontal dorsolateral, relacionada con la planificacion de actividades conscientes, se activaba con más intensidad en el cerebro de los nativos que en de los inmigrantes, lo que repercutía en la velocidad con la que completaban la operación. Sin embargo, tras cinco días de entrenamiento, el cerebro de los inmigrantes comenzó a comportarse como el de los nativos.
Este resultado es menos sorprendente de lo que parece. Piense en lo que ocurre en actividades cotidianas, como conducir un coche. Durante los primeros días en que uno se sienta al volante, todo parece nuevo. El cerebro necesita esforzarse y dirigir conscientemente manos y pies para que controlen los movimientos de la máquina. Al cabo de un tiempo, cuando el cerebro ya ha creado nuevas conexiones y reforzado ciertas regiones, las maniobras que antes nos parecían difíciles —y para las que necesitábamos hacer complicados cálculos mentales— quedan internalizadas; las ejecutamos rutinariamente. En lenguaje cotidiano, no decimos que nuestro cerebro ha cambiado (a pesar de que es cierto que lo ha hecho), sino que hemos aprendido.
En esta línea, uno de los comentarios más críticos sobre El cerebro digital y Superficiales fue el de Steven Pinker, profesor de la Universidad de Harvard, en The New York Times. En su artículo “Mind Over Mass Media” (junio de 2010), Pinker señaló que la existencia de la neuroplasticidad no significa que el cerebro sea "una esfera de barro moldeable por la experiencia. La experiencia no cambia nuestras capacidades básicas de procesamiento de información". Como escribió una vez Daniel Simons, psicólogo de la Universidad de Illinois "el mundo ha variado enormemente a lo largo de los siglos, pero los ingredientes básicos de la felicidad humana permanecen inmutables".

La generación más estúpida
Dumbest
Los temores que Superficiales recoge son versiones suavizadas de los expresados en libros anteriores, como The Dumbest Generation (2007), de Mark Bauerlein, y Distracted (2008), de la periodista Maggie Jackson. Ambos auguran la llegada de una nueva “edad oscura” cuando quienes hoy son niños y adolescentes, educados en la omnipresencia de los medios digitales, alcancen la madurez. Según estos autores, las nuevas generaciones son narcisistas y superficiales. En el futuro, sostienen, la inteligencia media de los seres humanos será inferior a la de sus progenitores.
En tono mucho más moderado y razonable, Maryanne Wolfe, jefa del Centro de investigación de la Lectura y el Lenguaje de la Universidad de Tufts, se preguntó en Proust and the Squid: The Story and Science of the Reading Brain (2007) si Internet no fomenta el consumo en diagonal de textos cada día más breves y estilísticamente pobres, en detrimento de la cultura libresca, basada en la lectura lineal y lenta de obras largas, bien elaboradas y editadas.
Proust¿Los medios digitales nos hacen menos inteligentes? Tal vez no (aunque hay quien sugiere incluso que provocan autismo...). Los libros anteriores tienen tres problemas: discuten la inteligencia como si fuese un fenómeno único, la analizan como un atributo exclusivamente individual y no prestan atención a la evidencia (anecdótica en muchos casos, parecida a la usada en ellos) que contradice sus hipótesis. Vayamos por partes.
La inteligencia es la capacidad de absorber estímulos externos y transformarlos en conocimiento que sirva para modificar el ambiente en nuestro beneficio. Entre sus muchos componentes están la habilidad de aprovecharnos de lo que el entorno ofrece, la de convertir observaciones episódicas en lecciones generalizables, la de establecer relaciones productivas con nuestros congéneres y la de conectar conceptos de manera creativa.
La inteligencia consiste, pues, en un cierto equilibrio entre el pensamiento funcional y el razonamiento abstracto y depende de circunstancias históricas: ser inteligente no significa lo mismo para un cazador-recolector que para un profesor de Física porque sus ecosistemas imponen restricciones y ofrecen posibilidades diferentes. Hoy en día, alguien que no sepa cómo manejar las redes sociales, el correo electrónico y los buscadores puede ser considerado menos inteligente que quien sí domina esas tecnologías, tanto en un nivel funcional (el simple conocimiento de cómo usarlas) como en el abstracto (la capacidad de analizarlas teóricamente y combinarlas de forma creativa).
ConnectedSegundo: es cierto que la inteligencia es, en buena parte, producto de la herencia genética y el esfuerzo personal. Pero la evidencia muestra que se trata, asimismo, de una propiedad de origen social. Nicholas Christakis y James H. Fowler en Connected (2009) y Steven Johnson en Las buenas ideas: una historia natural de la innovación (2010), explican que las redes sociales en las que nos integramos ejercen una enorme influencia sobre nuestro desarrollo. Un entorno estimulante aumenta las posibilidades de que la inteligencia mejore: somos permeables a los conocimientos y capacidades de quienes nos rodean.

Internet ayuda en esta dinámica por medio de entornos virtuales de intercambio de ideas. En un ensayo titulado “Yes, People Still Read, but Now It's Social” (junio de 2010), Johnson recuerda que la cantidad de gente que ha escrito reseñas y ensayos sobre algunos de los libros mencionados en este artículo es muchísimo mayor que los que respondieron a la publicación, en 1964, de Comprender los medios de comunicación, del canadiense Marshall MacLuhan, uno de los hitos del pensamiento sobre la relación entre tecnología y sociedad.
Johnson añade que muchas de las grandes ideas surgidas a lo largo de la historia no nacen de mentes privilegiadas trabajando en solitario dentro de laboratorios silenciosos, sino que emergen en “espacios de conexiones, de colisión entre diferentes cosmovisiones, sensibilidades y especializaciones. No es por accidente que la mayor parte de la innovación científica y tecnológica del último milenio se haya producido en centros urbanos abarrotados y llenos de distracciones. La Ilustración dependió más del intercambio de ideas que de la lectura solitaria y concentrada”.
BuenasIdeasPor destacar un ejemplo en la línea de Johnson: la Teoría de la Evolución, la idea científica más importante de todos los tiempos, no fue la conclusión únicamente de los más de veinte años que Charles Darwin pasó sumido en el estudio, el cultivo de flores y la cría de palomas, sino también del abundante intercambio epistolar y personal que mantuvo con colegas y amigos de enorme talla intelectual, como Thomas Henry Huxley y Alfred Russel Wallace (quien, por cierto, intuyó la evolución por selección natural al mismo tiempo que Darwin). De haber nacido a finales del siglo XX, el famoso biólogo británico sería, con toda probabilidad, un usuario muy activo de correo electrónico, como mínimo.
El tercer problema con algunos de los libros que proclaman que los medios digitales nos idiotizan es que sus autores escogen los datos que mejor se adaptan a ciertas ideas preconcebidas (The Dumbest Generation) o confían demasiado en experiencias personales del próprio autor (Superficiales). No explican por qué muchos de los países más conectados, como Corea del Sur, Japón, Singapur, Noruega, Suecia y Finlandia, son también los que disfrutan de mejores resultados en educación secundaria y superior, lo que sugiere que los efectos supuestamente perniciosos de la sociedad red pueden ser contrarrestados por profesores motivados y eficaces.
Por otra parte, si fuese cierto, como los apocalípticos sostienen, que la exposición constante a la pantalla reduce la inteligencia, tendría que ser posible descubrir una caída generalizada del coeficiente intelectual (CI) medio mundial. Pero lo que sucede es exactamente lo contrario: tras sesenta años de televisión y casi dos décadas de uso cotidiano de Internet, la inteligencia no para de crecer.
En los años 80, el filósofo James Flynn comparó los resultados de tests de inteligencia desde la Primera Guerra Mundial (momento en que se sistematizó su uso) hasta aquel momento. Descubrió que los resultados habían mejorado de forma general, lo que obligaba a los diseñadores de los exámenes a ajustar al alza la dificultad de las preguntas constantemente. En 1994, Charles Murray y Richard Herrnstein, autores del polémico The Bell Curve, llamaron a este fenómeno Efecto Flynn. Ha sido confirmado en más de treinta países.
Los exámenes de CI usan el índice 100 para determinar la inteligencia media en cada período histórico. Ese número representa una cantidad de inteligencia diferente dependiendo de cuándo la midamos. Por ejemplo, si un adolescente actual viajase hasta 1950, su CI sería de 120, lo que está bastante por encima de la media. Según cálculos de Steven Pinker en su reciente The Better Angels of Our Nature, un individuo común hoy en día es más inteligente que el 98% de las personas en 1910. Y el cálculo funciona a la inversa: si una persona de inteligencia media de 1910 atravesase el túnel del tiempo y llegase a 2011, su CI, medido según los estándares actuales, sería de 70, tan bajo que frisaría el atraso. Si las tecnologías digitales tienen efectos tan negativos sobre la inteligencia como los críticos dicen, desde luego cuentan con el poder de equilibrar otras variables que la elevan de manera radical.

La decadencia de la profundidad
Distracted
¿Y la queja de que Internet nos vuelve superficiales? De nuevo, depende de si uno desea ver la botella medio llena o medio vacía. Es verdad que las noticias más leídas en publicaciones online suelen ser las relacionadas con sexo, violencia y celebridades. Pero sorprenderse por ello es absurdo: esos temas nos interesan no porque nos hayamos degradado intelectualmente, sino porque están enraizados en nuestra naturaleza. Nos fascina el sexo porque es el método más eficiente de perpetuar nuestros genes; nos interesa la violencia porque, al contemplarla, nos preparamos para su posible irrupción en nuestro ambiente cotidiano; nos regocijamos en los cotilleos porque somos animales sociales.
Generalizar en exceso, además, es injusto: un estudio de la Universidad de Pensilvania sobre las noticias más recomendadas en The New York Times, publicado en 2010, descubrió que los lectores del diario preferían historias de tono positivo, y que un porcentaje considerable de ellas trataba asuntos científicos. No todas las audiencias son iguales.
Por otra parte, si bien es cierto que Internet es el reino de la superficialidad, repleto de tuits irrelevantes, vídeos de aficionado y entrevistas con Paris Hilton, también lo es que entre las publicaciones tradicionales que mejor resisten la crisis están The Economist, The New Yorker y The Atlantic Monthly, que no se distinguen precisamente por practicar periodismo populachero, ni en sus versiones impresas ni en las digitales. En televisión se percibe un patrón semejante: triunfan Big Brother y Dancing with the Stars, pero también la cadena HBO, que emite series como Game of Thrones, The Sopranos, The Wire y Mad Men, caracterizadas por personajes con abundantes matices, diálogos bien hilvanados y tramas complejas que exigen atención total del espectador.
Los medios digitales no fomentan la superficialidad sino que abren la puerta a más de todo: más superficialidad para quien desea superficialidad, más profundidad para quien busca profundidad. Si no existiese Internet, gran parte del tiempo perdido en mensajes intrascendentes en Facebook no sería invertido en leer a Schopenhauer, sino en comentar el último partido de la selección en el bar de la esquina. Lo único que Internet hace es facilitar el acceso a lo que nos atrae como animales al mismo tiempo emocionales y racionales, sociales e introspectivos.
Nuestra relación con los medios digitales debe basarse, pues, en controlar lo que nuestra naturaleza ansía a través de lo que la razón dicta. Esta es la clave para enfrentar dos de los grandes desafíos reales que Internet plantea, relacionados, sí, con la forma en que nuestra mente funciona: la tendencia a la multitarea y las burbujas personalizadas.
El primer desafío: multitarea 
Nuestro cerebro no está diseñado para mantener la atención en un único asunto por mucho tiempo. En los albores de la especie humana, cualquier pequeño cambio en el paisaje podía ser indicio de una fuente de calorías o de la presencia de un depredador. Por ello, tendemos a gastar la menor cantidad posible de energía con cada estímulo antes de abandonarlo y enfocarnos en el siguiente.
Actuar de esa forma libera dopamina, un neurotransmisor, en algunas áreas cerebrales pertenecientes al circuito de recompensa: las novedades nos proporcionan placer. Y pueden ser difíciles de dominar. Para conseguirlo, necesitamos del esfuerzo de los lóbulos frontales —el cerebro ejecutivo— donde, a grandes rasgos, reside la capacidad de autocontrol consciente.
Las consecuencias de esta herencia de nuestro pasado remoto son notables. El ensayista Cory Doctorow, uno de los pioneros en el análisis de los nuevos medios, definió al ordenador en cierta ocasión como un “ecosistema de tecnologías de la interrupción”: ventanas con mensajes instantáneos, avisos de llegada de correos electrónicos, el navegador que espera tras el procesador de texto, invitándonos a adentrarnos en un mundo de noticias... El propio funcionamiento de las tecnologías digitales conspira contra nosotros, aprovechándose de los apetitos de la mente.
Gorilla2Un problema complementario es que, según Christopher Chabris y Daniel Simons, autores de El gorila invisible: cómo nuestras intuiciones nos engañan (The Invisible Gorilla, 2010), es muy fácil sucumbir a la ilusión de atención: sentimos que podemos mantener el control de varias actividades al mismo tiempo, pero “cuantas más tareas que requieren atención el cerebro realiza simultáneamente, peor es nuestro rendimiento en cada una de ellas”.
Esta ilusión es lo que nos lleva a pensar, por ejemplo, que somos capaces de conducir hablando por el teléfono móvil. El engaño surge porque nuestro cerebro es capaz de continuar con la actividad principal —mantenernos en la carretera— incluso cuando atendemos una llamada. Lo que no notamos, hasta que es demasiado tarde, es que el uso del móvil elimina la  capacidad de percibir lo imprevisto: un peatón que atraviesa la calle, un coche que se salta un semáforo, una bicicleta que se cruza frente a nosotros.
Muchos de los argumentos más contundentes contra la multitarea están recogidos en Hamlet's Blackberry: Building a Good Life in the Digital Age(2010), del periodista William Powers. Powers señala que “cuando uno abandona una actividad para prestar atención a una interrupción, el vínculo emocional y cognitivo con la actividad primaria comienza a decaer, y cuanto más tiempo dure y más atractiva sea la distracción, más difícil es regresar a aquella. Recuperar la concentración puede llevar de diez a veinte veces el tiempo que la interrupción nos robó. Tras una distracción de un minuto podemos pasar más de diez intentando regresar a lo que estábamos haciendo”.
HamletExperimentos de Clifford Nass, profesor de comunicación en la Universidad de Stanford, revelaron que las personas acostumbradas a ser multitarea en el ordenador tienden a trasladar sus rutinas de trabajo al mundo real. Muestran dificultad en concentrarse por periodos largos en una única actividad. Cualquier pequeño estímulo los desconcentra. Más interesante: aquellos que piensan que son mejores en simultanear varias actividades son, precisamente, los peores en hacerlo. Christopher Chabris y Daniel Simons llaman a este fenómeno ilusión de la autocofianza.
Los multitarea son, asimismo, menos productivos. Entre 2008 y 2009, un conjunto de estudios de Basex, una compañía especializada en investigación sobre tecnología, concluyó que un trabajador medio pasa más de un cuarto de su jornada laboral lidiando con distracciones, tanto reales (interrupciones de colegas, llamadas de teléfono), como virtuales. Basex calculó que las pérdidas anuales por culpa de la sobrecarga informativa son de casi novecientos mil millones de dólares solo en Estados Unidos.
Otro estudio citado por Powers fue conducido por RescueTime, empresa que analiza hábitos de trabajadores del sector de tecnologías de la información. Reveló que cada empleado que pasa su jornada frente a un ordenador accede, en media, cincuenta veces a su gestor de correo al día, 77 a programas de chat, y cuarenta a páginas Web.
El artículo sobre multitarea de la Asociación Americana de Psicología explica que dejar de realizar una actividad para acometer otra es un proceso que consta de dos fases. Primero, uno toma la decisión; segundo, el cerebro pasa un instante analizando las reglas de la nueva tarea. Aunque necesitemos solo una décima de segundo para completar esos pasos, los efectos son acumulativos si los repetimos demasiadas veces. El mensaje es nítido: si quiere aumentar su productividad, concéntrese en una única cosa durante un tiempo razonable, sin distraerse. Y evite interrupciones: cierre la puerta de su despacho, apague el teléfono móvil y desactive las alertas automáticas en el ordenador.

El segundo desafío: las burbujas personalizadas
Extremes
Confiéselo: si tiene tiempo de leer un único periódico, lo más probable es que opte por el que mejor refleja su ideología. Si es usted conservador, elegirá uno de derechas, contrario al aborto y al matrimonio entre homosexuales y partidario de la reducción de impuestos; si es usted de los que simpatiza con el socialismo, buscará un diario que defienda la intervención pública en la economía y la expansión de la sanidad y de las escuelas públicas. No se alarme. Es normal.
El ser humano evita inconscientemente argumentos que contradigan sus prejuicios y presta atención a aquellos que los refuerzan. Los psicólogos llaman a este fenómeno sesgo de confirmación y han demostrado su existencia en numerosos estudios desde los años 50.
Por ejemplo, si usted no cree que el cambio climático sea una consecuencia de la acción humana, no importa cuánta evidencia empírica se le presente; su cerebro obviará el hecho de que una mayoría aplastante de científicos esté convencida de sus efectos y recordará solo que su comentarista radiofónico favorito y algunos expresidentes de Gobierno con los que usted simpatiza (José Maria Aznar, de España, Václav Klaus, de la República Checa) aseguran que es todo una exageración o una conspiración que cuenta con la aquiescencia de la comunidad académica mundial.
(El sesgo de confirmación, por cierto, explica por qué tantos estadounidenses piensan que Barack Obama es musulmán —un rumor originado antes de la campaña electoral de 2008—, que Sadam Husein participó en los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 y que —en el caso de conspiracionistas de izquierdas— dicho ataque fue el resultado de una alianza entre el lobby israelí y el Gobierno de George W. Bush).
Los nuevos medios potencian el sesgo de confirmación porque ayudan a esquivar completamente lo que no nos agrada ver y leer. Esta personalización total es peligrosa, según Carl Sustein, profesor de Derecho en Harvard, que escribe en Going to Extremes: How Like Minds Unite and Divide (2009): “cuando las personas se mantienen dentro de grupos en los que todos los individuos piensan de manera parecida, es muy probable que se vuelvan más extremistas”. Esta dinámica funciona tanto en comunidades reales como en virtuales. Ambas pueden convertirse en máquinas de polarización.
FilterbubblePor si eso no fuese preocupante, el ensayista y activista de izquierda Eli Pariser explica en The Filter Bubble: What the Internet is Hiding from You (2011) que la personalización del menú de consumo de información ya no está completamente bajo nuestro control. Empresas como Google, Amazon y Facebook reunen tantos datos que se creen capaces de prever nuestras elecciones posteriores.
A partir de indicios recogidos mientras navegamos (páginas visitadas, compras en Internet, formularios, correos electrónicos, etc.), esas organizaciones filtran los resultados de búsquedas y noticias para destacar los vínculos que visitaremos con más probabilidad y pueden llegar a eliminar los que, según sus cálculos, no nos atraerían. Parte del interés para desarrollar este tipo de técnicas es comercial: cuanto mejor una empresa conozca a cada usuario, más fácilmente podrá mostrarle anuncios individualizados y venderle productos que le atraigan.
En el futuro, según Pariser, los algoritmos que caracterizan esta nueva era de la personalización serán tan sofisticados que, sin que nos demos cuenta, nos privarán de encontrarnos con artículos y reportajes que desafíen ideas y prejuicios. El autor llama a esta tendencia “ciberbalcanización”. Estaremos atrapados en bucles de retroalimentación ideológica que nos proporcionarán satisfacción, pero de los que será difícil salir, bien por ignorar su existencia, bien por no saber cómo configurarlos. Un remedio parcial: forzarse a seguir un régimen informativo variado que incluya algunos medios analógicos (diarios, revistas), estrategia efectiva para toparse con puntos de vista en los que nunca habíamos pensado.

Epílogo: contra los instintos
Nature
Libros recientes como What Technology Wants (2010) del fundador de la revista Wired, Kevin Kelly, y el más equilibrado e interesante The Nature of Technology (2009), de W. Brian Arthur, en el que aquel se inspira, sugieren que la tecnología es un ente autónomo que evoluciona junto a la especie humana, sin que esta pueda controlarlo nunca al cien por cien.
Pensadores contrarios a este tecnodeterminismo, entre los que está el Jaron Lanier de Contra el rebaño digital (You Are Not a Gadget2010), replican que la tecnología nos influye, sí, pero que solo cobra vida cuando un individuo la usa.
La relación humano-herramienta es bidireccional, nos dicen Lanier y otros neohumanistas, y lo que debe preocuparnos de los nuevos medios no es que cambien nuestro cerebro, sino que potencien y se nutran de instintos perjudiciales: el hambre por novedades triviales y la seducción del sectarismo. Sobreponernos a ellos y dominarlos —con ayuda de la tecnología o a pesar de ella— es nuestro gran desafío para el futuro. Como reza el título de un buen libro del ensayista Douglas Rushkoff (Program or be Programmed: Ten Commands for a Digital Age), es mejor controlar que ser controlado.

El nuevo capítulo de Google TV  

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El nuevo capítulo de Google TV

28 OCT 2011 
Es aún un producto pensado para el mercado estadounidense pero así es la nueva apuesta de Google para tratar de cambiar el mundo de la televisión. La nueva versión de Google TV añade un sistema de búsqueda de contenido mejorada, una nueva interfaz más simple -sobre todo a la hora de navegar por el catálogo de Youtube- y la posibilidad de utilizar más aplicaciones en la pantalla del televisor. Por ahora el catálogo es pequeño, pero se espera que crezca poco a poco. Más de 50 desarrolladores están trabajando ya en aplicaciones específicas.

Google, Apple y Samsung son por ahora las tres compañías más activas en lo que se conoce como “Smart TV”, la idea de una televisión “inteligente” que mezcle la experiencia de la red con la del visionado pasivo tradicional. Es por ahora un mercado muy reducido y que tiene poco empuje. Muchos de los usuarios que tienen una televisión “inteligente” utilizan poco o nada estas funciones. Samsung presume de tener el catálogo más extenso de aplicaciones o widgets, Google de ofrecer una herramienta de búsqueda y descubrimiento de contenido más potente y Apple por ahora considera su Apple TV como un “hobby” a la espera de encontrar un modelo de negocio e implementación que pueda tener éxito. Esta misma semana el New York Times confirmaba que la compañía de Cupertino tiene previsto sacar una televisión propia a finales de 2012 o principios de 2013.

Dictadores molones  

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Dictadores molones

28 OCT 2011 
Hoy sale a la venta en nuestro país Tropico 4, nueva entrega de uno de los títulos de estrategia real más gamberros y descarados que nos podemos echar a la cara y en el que encarnamos a un déspota de una república bananera caribeña llamado El presidente. Ser un tirano nunca fue tan divertido.

Vale, los dictadores de principios de siglo están de capa caída. Castro se ha borrado del mapa, medio mundo árabe se ha quitado a los suyos de encima (y el otro medio sigue luchando por conseguirlo)... pero siempre queda espacio en nuestros ordenadores para un líder autoritario más. Y esto es lo que nos ofrece Tropico 4, un título que va muy en la línea de su sucesor y que bebe directamente de aquel primer Tropico que nos sorprendiera a todos hace casi diez años.
Para los que no estén familiarizados con el tema, Tropico es un juego de estrategia al estilo Sim City pero con un mayor componente político. En resumidas cuentas, tenemos que gestionar un territorio (construir casas, equipamientos, mantener las instalaciones) pero también tenemos que meternos en política si queremos perpetuarnos en el cargo (detenciones políticas, amaño de elecciones, negociaciones con otras potencias para que nos den su apoyo).
Lo mejor de todo es que la apuesta sigue siendo igual de divertida en Tropico 4, por complicado que pueda sonar cuando se leen todas las opciones disponibles. Es, sin duda, uno de los grandes de la estrategia en tiempo real para estsa navidades y, además, viene de la mano de FX Interactive con lo que ello significa (gran acabado, traducido por completo al castellano). Dicho todo esto, voy a utilizar ese billete de cien dólares que tengo a mano para encender un puro y seguir controlando mi tranquila isla del Caribe.

Internet y el cine, un idilio con demasiados amantes  

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Internet y el cine, un idilio con demasiados amantes


Desde que Internet es Internet, los distribuidores 'analógicos' lo han ninguneado. Si no lo miras, no existe. Pero para muchos, el único futuro viable del cine está en la Red, aunque los diferentes puntos de vista sobre cuál debe ser la fórmula y, en consecuencia, el reparto del pastel en el nuevo modelo, lleva años enquistando el debate en España. Y frenando el cambio.
El Free Culture Forum, que vuelve a Barcelona un año más para debatir sobre la cultura libre en la Red, ha dedicado una de sus sesiones de este viernes a escudriñar en el idilio entre el cine y la Red. "Ni los internautas son malísimos ni los creadores unos gorrones. Es como si alguien quisiera separar a dos personas que se quieren", ha apuntado Álex de la Iglesia, para preguntarse: "¿Quién saca beneficios de este distanciamiento?". Para el público que ha abarrotado la sala del Arts Santa Mònica, los culpables tienen nombres y apellidos y están en la SGAE, las 'majors'... Pero el cineasta ha preferido tirar de temple y afirmar que no es hora de acusar, sino de buscar soluciones. Eso sí, ha apuntado que "la verdadera revolución de Internet es que ya no hacen falta intermediarios".
La mesa de debate ha acogido a personalidades tan variadas como las vías de solución de este idilio con problemas de convivencia forzosos. Amparo Peiró lo tiene claro: "Si alguien ofreciera estrenos con buena calidad a un precio coherente se acabaría el problema". Su opinión pesa, sobre todo cuando ella ha trabajado durante años para ofrecer los estrenos de cine en Internet de forma gratuita. Minidisc en mano, se colaba en las salas de cine para obtener el audio en castellano de las películas que ya rulaban por la Red en otras lenguas. "Los que lo hacíamos jamás pirateábamos cine español", ha espetado con mucho humor a Álex de la Iglesia.
Juan Carlos Tous, director general de la web de descargas de pago Filmin, ha aportado la experiencia comercial. La plataforma vende -con precios de 1,95 o 2,95 euros- películas del off-Hollywood, que no suelen estar en videoclubs o en las salas de cine de pequeñas ciudades. ¿Funciona? "Seguimos perdiendo dinero mes a mes, pero cada vez menos", responde. Tous ha querido romper una lanza a favor de los productores independientes, mucho menos reacios a utilizar la Red como una plataforma de distribución más de sus cintas: "Van a un ritmo que no van las grandes 'major's". Además, ha criticado que cada sector de distribución -salas, DVD, televisiones- se "atrinchere" en su rincón cuando cada año todos pierden espectadores. Y es rotundo: "¿Cómo podemos sobrevivir? La respuesta es Internet".

El problema de las exclusivas de explotación

La convivencia de la explotación en Internet con las salas, televisiones y el mercado del DVD, amantes celosos del estreno, no es fácil. Los cines quieren que durante un tiempo la película sólo se pueda ver en sus salas, luego son los distribuidores de DVD que ponen margen a la exhibición en otros medios, entonces llegan las televiones de pago y, luego, las cadenas en abierto. Esta concatenación de derechos deja al mercado en la Red descolocado, como ha explicado Tous: "¿Dónde me pongo?" "¿Cuándo se puede distribuir en Internet?".
Para Álex de la Iglesia, el objetivo es que un espectador pueda ir al cine a ver una película mientras otro la disfrute desde el salón de su casa. "Hay sectores que exigen exclusividad y eso nos come la inmediatez", un terreno en el que las descargas 'piratas' en la Red son profesionales, como ha argumentado Amparo Peiró.
Abierto el debate, las críticas y oposiciones a las propuestas surgidas de la mesa han sido muchas y muy elaboradas. Juan Franco, de la plataforma contra la ley Hadopi -la Ley Sinde francesa- ha afeado a los asistentes que el debate se centrara en plataformas comerciales porque, alega, desaparecerá la oferta de diversidad cultural, "serán meros 'blockbusters'". Ante las críticas sobre la duración de los derechos de autor, Álex de la Iglesia a intentado defender el valor de las creaciones intangibles al compararlo con, por ejemplo, el de la casa de la Duquesa de Alba, una analogía que ha recibido críticas desde dentro de la sala así como desde quienes seguían el debate a través de Twitter.

¿Problemas con la obesidad? Duerma ocho horas  

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¿Problemas con la obesidad? Duerma ocho horas

Una señora duerme la siesta en un parque. | P. Armestre

Siguiendo con la serie sobre los 'siete pecados capitales de la obesidad', abordamos el importante papel que cumple el sueño.
Todos hemos crecido con el mensaje tradicional, pasado de una generación a otra, de que hay que dormir un mínimo de ocho horas al día. Las bases biológicas de que ese número de horas sea el idóneo para nuestro desarrollo y nuestra salud no habían sido demostradas científicamente. De hecho, todavía desconocemos las bases moleculares de por qué necesitamos dormir. Lo que sí que sabemos es que es una necesidad vital y una que cumplimos muy a gusto.
Sin embargo, y a pesar de ello, cada vez dormimos menos. De hecho, en una sociedad altamente competitiva, casi nos jactamos de ello, ya que da a entender que estamos tan ocupados que tenemos que sacrificar horas de sueño para cumplir los objetivos diarios.
Además, a menudo, leemos y escuchamos que, dentro del marco europeo, nuestro país -con un estilo de vida tradicional que incluye el trasnochar por afición y madrugar por obligación- duerme menos que nuestros vecinos. (Aunque esto es algo que se debe justificar con medidas objetivas y no solamente basadas en la percepción subjetiva de lo que dormimos).
En principio, hubiéramos pensado que los efectos de dormir menos se limitarían a sentirnos más cansados y malhumorados, pero para nuestra sorpresa, las investigaciones han ido demostrando que dormir poco, además de afectar a procesos neurológicos, aumenta el riesgo de padecer las enfermedades más comunes de nuestra sociedad, es decir, las cardiovasculares y el cáncer.
Todavía más sorprendente es el hallazgo paradójico de que el riesgo de obesidad, una de las mayores preocupaciones de nuestra sociedad, aumenta al disminuir el número de horas y la calidad de nuestro descanso nocturno.
Estas observaciones epidemiológicas, que inicialmente fueron tomadas con la debida cautela, han ido solidificándose con multitud de estudios recientes. Estos trabajos han ido demostrando uno tras otro que, independientemente de la raza y la localización geográfica, dormir poco y/o mal aumenta entre un 40% y un 50% el riesgo de sobrepeso y obesidad.

La siesta no sirve

Además, el riesgo parece independiente de las causas que provocan la reducción de las horas de sueño (trabajo, estudio, ocio, etc.), con el agravante de que dormir durante el día no parece compensar la disminución del descanso nocturno; lo cual parece echar por tierra nuestro mito de la siesta.
Un patrón preocupante que emerge también de los estudios llevados a cabo es que los efectos de la carencia de sueño sobre el riesgo de obesidad son más marcados en los niños, jóvenes, y adultos de mediana edad y que disminuye en los ancianos. Algo a tener en cuenta considerando las tendencias de obesidad infantil observadas en nuestro país.
Desde el punto de vista científico, es crucial el encontrar los mecanismos moleculares que explican la paradoja observada en los estudios epidemiológicos.
Con este fin se han llevado a cabo estudios de intervención en los que se ha disminuido en el laboratorio el número de horas de sueño de voluntarios. Estos han demostrado que los niveles de hormonas asociados con el apetito y la saciedad (por ejemplo la grelina y la leptina) están relacionadas con el número de horas dormidas, así como los niveles de factores de inflamación (e.g. Proteina C reactiva e interleuquina 6) y la resistencia a la insulina. Lo cual apoya no solamente las observaciones epidemiológicas entre el sueño y la obesidad, sino también la relación con respecto a la diabetes y las enfermedades cardiovasculares.
Desde el punto de vista práctico, esto significa que a la hora de prevenir y tratar la obesidad no solamente debemos concentrarnos en lo más evidente, es decir, en la nutrición y la actividad física, sino que debemos empezar a incluir entre nuestros mensajes (tanto a nivel individual como a nivel social) la importancia del descanso nocturno.
De hecho, el éxito de las dietas para reducir peso queda mermado significativamente en aquéllos que no duermen el número de horas apropiado. Lo que nos lleva a la siguiente consideración: ¿Cuál es el número de horas que debemos dormir? Curiosamente, y como ha ocurrido tantas veces, el saber popular estaba en lo cierto, ya que el número de horas óptimo parece estar entre siete y ocho, con el riesgo de obesidad haciéndose especialmente manifiesto al bajar de seis horas.
Este conocimiento sugiere que en un futuro, cuando acudamos a un programa de pérdida de peso, la 'receta' será una dieta hipocalórica, un régimen de actividad física y una cura de sueño.
Sin embargo, es importante puntualizar que no hay que excederse ya que dormir demasiado (por encima de las 10 horas) supone el mismo riesgo de obesidad que el dormir menos de lo recomendado.
Por último, no olvidemos que nuestro objetivo principal es prevenir la enfermedad. Con esto en mente, nuestra lucha contra lo obesidad deberá incluir desde la niñez el concepto de dormir ocho horas diarias de manera regular, que es lo mismo que la tradición popular ha ido transmitiendo generación tras generación y cuya idoneidad hoy en día tiene finalmente una base científica demostrada.

Educación, la mejor medicina contra la obesidad  

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Educación, la mejor medicina contra la obesidad

Varios niños en un comedor.| AFP | US Navy PhotoVarios niños en un comedor.
Érase una vez un tiempo en que los pobres (e iliteratos) eran delgados y los ricos (y ¿educados?) eran obesos. Esos eran los años en que la grasa era signo de prosperidad, ya que sólo los ricos tenían poder económico (y tiempo en sus manos) para consumir calorías en exceso y para que otros hicieran los trabajos manuales por ellos.
Pensemos en las figuras (y nunca mejor dicho) de Socrates, Enrique VIII de Inglaterra, o, más cercano a nosotros, el caso de Sancho I 'el Craso' que perdió la confianza de sus vasallos y el trono por su extrema gordura.
Como siempre, está la excepción que confirma la regla y, en nuestro caso, la anomalía viene de la mano de la obra más destacada de la literatura española, donde la figura enjuta del (quizá demasiado) literato, Don Quijote, tiene como contrapunto la 'panza' del analfabeto Sancho, de alguna manera anteponiéndose cuatro siglos a la imagen de nuestra sociedad actual.
Durante las últimas décadas, un estudio tras otro ha venido a demostrar de manera irrefutable que, en los países occidentales, el nivel socioeconómico y/o de estudios son, probablemente, los factores más fuertemente asociados con el riesgo de obesidad.
Pero, en contraste con nuestra historia pasada, la obesidad se ha asentado entre las clases con menos recursos económicos y/o menos acceso a educación avanzada.
Esta realidad da al traste con el indebido optimismo de aquellos que habían visto en la actual crisis económica un paliativo de la epidemia de obesidad que nos rodea, ya que anticipaban que el tener que 'apretarnos el cinturón' conllevaría una disminución de la ingesta calórica.

Comer mal es más barato

Sin embargo, lo más probable es que el efecto sea justo el contrario ya que, hoy por hoy, es mucho más barato comprar (y consumir) alimentos con alto contenido calórico y bajo valor nutricional, que aquellos que son frescos y nutricionalmente más sanos y equilibrados. Eso sin contar con que, para algunos, comer en exceso representa el 'emoliente' que nos alivia, aunque sea temporal y ficticiamente, de las preocupaciones añadidas que conlleva la actual incertidumbre económica.
Admitiendo pues que el poder adquisitivo y/o la educación están relacionados íntimamente con la obesidad, el reto con el que nos enfrentamos es cómo utilizar este conocimiento para el beneficio de la sociedad.
Para esto hemos de identificar primero la raíz del problema: ¿Es la obesidad el resultado de la falta de recursos económicos, o de la falta de una educación apropiada (incluyendo por supuesto, la educación nutricional)? Esta disyuntiva no es fácil de resolver dada la estrecha unión entre ambas. Sin embargo, la evidencia inclina la balanza hacia la importancia de la educación (o falta de la misma) como motor que nos lleva hacia el peso saludable o la obesidad.
De hecho, hemos demostrado que incluso en sujetos que están genéticamente predispuestos a la obesidad, tener una educación universitaria cancela totalmente el riesgo genético a añadir kilos en exceso. Aparte de eso, desde el punto de vista práctico, es probablemente mucho más difícil enriquecer a toda la población que educarla (aunque a largo plazo, lo segundo lleve a lo primero).
Además, es importante que esta educación se ponga en práctica en aquellos momentos en que somos más maleables, es decir durante la infancia y adolescencia. Por lo tanto, si realmente queremos prevenir la obesidad y así evitar ese futuro apocalíptico que algunos pronostican para nuestra sociedad, es esencial que se introduzcan los contenidos de Nutrición en todos los niveles: infantil, primaria y secundaria, etapas esenciales para la adquisición de hábitos saludables.
Para conseguir este objetivo es imperativo tanto educar a los futuros educadores, como incluir la enseñanza de la Nutrición en los cursos de actualización y formación permanente de los actuales profesionales de la formación.
Pero no nos olvidemos de que la responsabilidad principal sigue estando en el entorno familiar. De nuevo, las estadísticas lo han demostrado claramente. Los niños que hacen al menos una de las comidas principales de la manera tradicional, es decir 'en familia', tienen menos riesgo de obesidad, pero además gozan de una mejor salud física y mental y son mejores estudiantes. Esto nos hace pensar en el viejo proverbio chino: 'regala un pescado a un hombre y le darás alimento para un día, enséñale a pescar y lo alimentaras para el resto de su vida'. Que en nuestro caso se podría traducir como 'dale a un niño de comer y lo alimentaras un día, enséñale a comer y lo harás saludable para el resto de su vida'.

Por tu salud física y mental: ¡Desayuna!  

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Por tu salud física y mental: ¡Desayuna!

Un camarero prepara un café para el desayuno. | ReutersUn camarero prepara un café para el desayuno.
  • Sólo el 27% de los niños y jóvenes españoles desayuna correctamente
  • Evitar el desayuno está consistentemente asociado con mayor obesidad
  • Varios estudios indican que el desayuno completo está asociado con notas más altas
Nuestras vidas están marcadas por ritmos y en el devenir cotidiano nuestras acciones y reacciones vienen definidas por los ritmos circadianos. El sueño, el apetito, la temperatura corporal, la presión sanguínea, los niveles de actividad, etc. están gobernados por una complicada 'danza' de hormonas y otros factores biológicos, coreografiada por el reloj biológico central.
Este 'reloj' que reside en nuestro cerebro controla la mayor parte de las actividades de nuestras células y coordina un número de 'relojes secundarios' localizados en nuestros órganos. Bien sabemos que los relojes necesitan ser puestos en hora y el nuestro no es diferente y se sincroniza a través de dos estímulos: la luz y la comida.
Al amanecer, la luz activa determinadas funciones de nuestro reloj biológico para despertar nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro apetito. No hace falta convencer a nadie de la importancia de comenzar el día con buen pie, y esto aplica también al 'pie' nutricional, que tras 9-13 horas de ayuno, dependiendo de la edad y de las tradiciones culturales, requiere el desayuno.
El sentido literal del término 'des-ayuno' es precisamente romper el ayuno (como lo es en el término inglés: breakfast) y esto lo deberíamos hacer con un aporte calórico de aproximadamente 20-25% de las necesidades energéticas diarias y con un balance adecuado entre los diferentes grupos de alimentos.

Energía física y mental

Si cumplimos con estas recomendaciones, los beneficios son múltiples, ya que no solamente vamos a estar menos hambrientos durante el resto del día, sino que además vamos a tener una mayor energía tanto física como mental. En el caso de los niños y los adolescentes, el beneficio cognitivo se ha medido de manera objetiva, ya que estudios nacionales e internacionales han demostrado que el consumo de un desayuno completo está asociado con notas más altas en comparación con quienes no consumen desayunos completos o simplemente no lo hacen en absoluto.
Curiosamente, de los tres hitos nutricionales que tradicionalmente han marcado nuestros días (desayuno, comida y cena), el primero ha sido el más ignorado por los cronistas y desconocemos gran parte de su evolución en la historia humana. Si nos remitimos a los últimos siglos, las diferencias geográficas y culturales de lo que identificamos como desayuno han sido remarcables.
Por ejemplo, el desayuno inglés se ha caracterizado por su alto contenido calórico, principalmente proveniente de proteína y grasa de origen animal. Por el contrario, en el Mediterráneo, el protagonismo lo han tenido los hidratos de carbono y, en general, es más bajo en energía.
Estos hábitos reflejan, entre otros factores, las diferentes condiciones climáticas y necesidades energéticas entre ambas culturas. De ahí que la definición de desayuno completo dependa de la cultura y de la geografía.

Cereales y lácteos

De acuerdo con esto, lo que deberíamos practicar sería un desayuno Mediterráneo en el que tienen cabida los cereales (tostadas, cereales de desayuno), las frutas frescas, los lácteos (leche, yogur, quesos frescos), el café o el té, y, por supuesto nuestro aceite de oliva extra virgen, preferible a la mantequilla y grasas industriales. Además, podemos incluir frutos secos (por ejemplo nueces) y cantidades moderadas de productos cárnicos tradicionales.
Aparte de las diferencias citadas anteriormente, también existen diferencias significativas en el porcentaje de la población que se salta el desayuno, siendo las cifras más altas en países anglosajones que en países mediterráneos.
Lamentablemente, tenemos tendencia a copiar y década tras década va aumentado en nuestro entorno el número de quienes no empiezan 'con buen pie' su día nutricional.
Específicamente, encuestas en nuestro país llevadas a cabo en niños y jóvenes de dos a 25 años, indican que un 8,5% no desayuna y sólo un 27% realiza un desayuno adecuado. Las razones para no desayunar varían tanto regionalmente como por edad y sexo. Siendo la razón más frecuente entre los hombres la falta de tiempo, y entre las mujeres el evitar la ganancia de peso.
Sin embargo, el efecto es el contrario al deseado, ya que evitar el desayuno está consistentemente asociado con mayor obesidad.

Desayunar tarde y mal

Además de los factores culturales externos, existen factores intrínsecos que definen las diferencias interindividuales en el comportamiento de nuestros ritmos circadianos y por lo tanto de nuestros hábitos nutricionales. Estos vienen definidos por las variaciones genéticas de nuestros genomas. Específicamente, nuestra genética influye sobre el tiempo de la toma del desayuno y el aporte calórico del mismo. De hecho, aquellos que están condicionados a desayunar tarde y mal, suelen comer más durante el resto del día y lo siguen haciendo a horas más tardías, lo que resulta en un mayor riesgo de obesidad.
El mensaje es claro, un desayuno adecuado y consistente con nuestra cultura, que incluye hacerlo en compañía siempre que sea posible, tiene repercusiones positivas en el mantenimiento de la salud, en la prevención de la obesidad y en el rendimiento físico y mental.

El hambre agudiza el ingenio  

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El hambre agudiza el ingenio

La grelina instiga a nuestro cerebro para que busque alimentos. | APLa grelina instiga a nuestro cerebro para que busque alimentos. | AP

Nuestro refranero desborda aforismos que reflejan el conocimiento, la observación y la agudeza popular. Es difícil trazar el origen del refrán que nos sirve como título, y al que, sin duda, se le han dado multitud de interpretaciones que van más allá de lo que textualmente y llanamente expresa: El ingenio se aviva con el objetivo de satisfacer el hambre.
El hambre no ha sido muy aconsejable ni para la supervivencia del individuo ni de la especie humana y de ahí que nuestra fisiología se haya pertrechado con una serie de mecanismos para hacernos reaccionar ante su presencia y subsanar cuanto antes el problema.
Este engranaje ancestral para proteger nuestra supervivencia en tiempos en que la comida no era ni abundante ni fácil de conseguir es, precisamente, el que hace que hoy en día, en un ambiente nutricional tan vastamente diferente, nos sea tan difícil perder el exceso de peso tan fácilmente acumulado.
Entre esos mecanismos de defensa se encuentra una hormona conocida científicamente como grelina y más popularmente como hormona del apetito.
La grelina se produce en el estómago y actúa principalmente sobre el cerebro para instigar, entre otras reacciones, la búsqueda de alimentos y la selección de aquellos que sean más altamente calóricos.
Por ejemplo, esa reacción tan clásica de olisquear que observamos en otros animales es producida en parte por esta hormona que, cuando está presente en niveles elevados, agudiza los sentidos para identificar la presencia de alimentos sobre todo aquellos ricos en calorías.
Es lógico, dada su misión, que los niveles sanguíneos de grelina varíen tremendamente durante el día, aumentado a medida que va pasando el tiempo desde nuestra última comida y disminuyendo rápidamente tras la ingesta.
Esto puede proporcionar también una explicación biológica a la creencia popular de que se aprende mejor durante el día y con el estómago vacío, ya que ahora sabemos que la grelina influye sobre las conexiones nerviosas aumentando la capacidad de aprendizaje y la memoria.
Esto tiene su lógica si tenemos en cuenta que durante la mayor parte de la historia de la Humanidad, la actividad intelectual más importante se centraba en la búsqueda de alimentos, para lo cual se necesitaba ingenio, pericia y calma puesto que las alternativas eran limitadas: o conseguir los alimentos y sobrevivir o no hacerlo y perecer, bien fuera de manera rápida a manos de otro predador o de manera lenta a manos de la hambruna.
Es precisamente este estado necesario de calma y atención el que está también facilitado por la grelina que actúa como antidepresivo. Curiosamente, una de las investigaciones más recientes llevada a cabo en Dallas y que aparecerá publicada próximamente en la prestigiosa revista 'Journal of Clinical Investigation' ha encontrado evidencias de que la grelina puede estar también detrás de la reacción que se observa en un buen número de personas que buscan alivio en ciertos alimentos, como el chocolate o los helados, ante situaciones de alto estrés, sobre todo, psicosocial.
Por lo tanto, si alguien había pensado al comenzar la lectura de este artículo en bloquear la acción de la grelina para eliminar el apetito y combatir la obesidad, quizá tendría que pensárselo dos veces teniendo en cuenta sus múltiples funciones, sobre todo aquellas que afectan los factores psicológicos y cognitivos.
Lo que también está claro es que, aunque nos cueste reconocerlo, nuestros abuelos, a pesar de no tener internet, sabían lo que decían (aunque no supieran él porqué). 

¿Depresivo? ¿Lo ve todo negro? Tómese un café (o dos)  

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¿Depresivo? ¿Lo ve todo negro? Tómese un café (o dos)

Existen diferentes opiniones sobre los efectos del café en el organismo. | Afp

Los orígenes del café quedan difuminados en las nebulosas de la Historia y la leyenda. Si nos atrae la primera, su historia se inicia en las llanuras de Etiopía y desde allí se extiende a Yemen donde su cultivo se describe ya en el siglo VI a. d. C. Los primeros cafés aparecen en El Cairo y la Meca, en donde nació la pasión que llega hasta nuestros días.
Sin embargo si preferimos la leyenda, los descubridores del café no serían precisamente unos portentos intelectuales, ya que se lo deberíamos a las cabras de Kaldi, un pastor árabe quien observó cómo sus animales danzaban alegremente alrededor de un arbusto del que comían sus frutos rojos. Sus dotes de observación no tardaron en hacerle pensar que la euforia de las cabras podían deberse a su consumo y el resto es... pues eso: historia.
En nuestro rincón del mundo el poder estimulante del café fue usado por los monjes del Medievo para no dejarse vencer por las tentaciones del sueño, y poder extender las vigilias y sus plegarias. Hoy en día, el café se ha convertido en el estimulante más consumido del mundo occidental. En España en particular tiene además ese aura de catalizador de creatividad, pensamiento e intercambio de ideas (las tertulias del café), y de relaciones humanas en general (quedamos a tomar un café) tan importantes en nuestra cultura. Incluso las nuevas tecnologías han respetado el concepto creando los cibercafés.
Pero, además de esos indiscutibles beneficios sociales, el café -debido a su habitual y extendido consumo- también ha atraído el interés de los investigadores en relación a temas de salud.
Para esto hemos de enfatizar que el café es, como todo producto natural, una mezcla compleja de productos biológicos, y que, en este caso, la complejidad se ve incrementada por el hecho de que la elaboración de los granos del café (ej. tueste) y su preparación (ej. expreso, turco, filtrado, etc.) hacen que el producto ingerido pueda tener efectos muy diferentes.
Sin embargo, gran parte de la evidencia apunta a que la cafeína es el compuesto responsable de los efectos neuroestimulantes observados.
Además de esos efectos bien conocidos, el consumo de café se ha estudiado en relación a las enfermedades más comunes como son las cardiovasculares y el cáncer. A este respecto, la taza la podemos ver medio vacía o medio llena.
En el primer caso, su consumo no ha demostrado una protección generalizada, y en el segundo, parece ser que tampoco se han encontrado efectos claramente negativos asociados con el consumo de café. Sin embargo hay un grupo de enfermedades, las neurológicas, en las cuales parece ser que la taza está totalmente llena (y con necesidad de ser consumida).
Estas enfermedades incluyen, desde las más comunes como la depresión y el Alzheimer a las menos comunes como es la enfermedad de Parkinson. La evidencia más reciente de esta protección neurológica nos viene de un estudio recién publicado en el 'Archives of Internal Medicine' en el que se demuestra, en más de 50.000 mujeres norteamericanas seguidas por 10 años, que el riesgo de desarrollar depresión o síntomas de depresión disminuía en un 20% entre aquellas que consumían dos o tres tazas de café con cafeína por día.
Por supuesto esto no debe interpretarse como que beber más café ofrece más protección, sino que hace referencia a la dosis más favorable en estas mujeres.
Pero la historia del café no acaba aquí. Decíamos que su consumo no se había asociado con protección 'generalizada' para otras enfermedades, pero esto puede cambiar en un futuro próximo, con la implantación de la nutrigenómica, es decir las recomendaciones nutricionales basadas en el genoma, ya que numerosos estudios han venido demostrando que aquellos que genéticamente metabolizan la cafeína rápidamente sí que se podrían beneficiar favorablemente del consumo de café y evitar sus efectos negativos, por ejemplo los relativos a la hipertensión.
Qué mejor manera, pues, de romper la oscuridad de la noche que con la negrura intensa del café, compañero inseparable de nuestras mañanas (y dependiendo de nuestros genes) también de las tardes y las noches. Como decía Voltaire, a quien se le atribuyen el consumo de entre 50 y 72 tazas al día: "Claro que el café es un veneno lento; hace cuarenta años que lo bebo".

Vivir más, pero además, mejor  

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Vivir más, pero además, mejor

Elementos de la dieta Mediterránea. | Albert Gea | Reuters

En general, queremos vivir más y mejor. Lo primero lo estamos consiguiendo, ya que en España hemos pasado de tener una esperanza de vida de 73 años en 1975 a más de 81 años en el presente.
Como resultado, los españoles vivimos por término medio seis años más que la media de la Unión Europea. También es cierto, como podemos apreciar en nuestras calles, que la 'vejez' es femenina y no sólo gramaticalmente, sino también en la práctica, ya que las mujeres sobreviven a los hombres en unos 6,5 años.
Hasta aquí queda demostrado que, efectivamente, vivimos más, y que España, para bien o para mal, esta 'envejeciendo'. Esto es el resultado de la combinación de dos fenómenos, por un lado el aumento de la esperanza de vida y por otro el descenso de la natalidad. La pregunta es si además vivimos mejor.
Aquí es donde tenemos que acallar la fanfarria del éxito y reconocer que los años de vida añadidos no son todos ellos años saludables. En realidad, el número de años que pasan las mujeres españolas sin una enfermedad crónica es tan sólo de 38 años, mientras que en los hombres es de 41. Por lo tanto, nuestro reto para el futuro es mantener esa longevidad que nos caracteriza, pero disminuyendo el número de años que pasamos afectados por una enfermedad u otra. La solución no está probablemente en 'la pastilla' cuando ya estamos enfermos, sino en la prevención cuando todavía estamos sanos.
En el área de la prevención, los hábitos saludables y la dieta son imprescindibles. Con respecto a la dieta, cada año aparecen nuevas 'dietas milagro', que, si realmente lo fueran, no serían tan perecederas y tan reemplazables por el 'modelo' del siguiente año.
Esta búsqueda infructuosa contrasta con el desuso en el que ha caído nuestra auténtica dieta milagro, la Mediterránea, que sí que ha sobrevivido por siglos hasta su reciente cuasi extinción en nuestras vidas cotidianas.
Sin embargo, los últimos hallazgos científicos nos vienen a demostrar una vez más su importancia para que vivamos no sólo más sino también mejor.
La dieta Mediterránea ha sido estudiada extensamente por sus características cardiosaludables, pero nueva información nos confirma que sus beneficios van más allá e incluyen las enfermedades neurológicas, que afectan a una gran proporción de las personas de la tercera edad. Así se demuestra en el último número de la revista 'Neurology', donde en un estudio llevado a cabo en casi 8.000 sujetos, se concluye que aquéllos que hacían un uso intensivo del aceite de oliva, consistente con nuestra dieta tradicional, tenían un riesgo entre un 40% y un 70% menor de padecer ictus.
Estos hallazgos contrastan una vez más con la postura que las sociedades médicas anglosajonas han mantenido por décadas de vilipendiar las grasas. A este respecto, los resultados de una investigación aparecida en la revista 'Journal of Clinical Investigation', también en los últimos días, sugieren que comer grasa nos hace menos vulnerables a las emociones tristes, es decir, nos ayuda a ver el vaso medio lleno en lugar de medio vacío. Es importante subrayar que estos estudios no defienden el comer más calorías, pero sí que las grasas, especialmente aquellas de la dieta Mediterránea, forman parte de una dieta saludable. Una dieta que no sólo nos va ayudar a vivir más sino también mejor, o al menos con más optimismo.

Chocolate, comida de dioses  

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Chocolate, comida de dioses

Tabletas de chocolate negro. | Foto: AfpTabletas de chocolate negro.
  • Existen muchas referencias históricas sobre las bondades de este alimento
  • La ciencia empieza ahora a corroborar sus efectos positivos sobre la salud
Érase una vez en la que los humanos sabíamos cómo leer la naturaleza para orientarnos y llegar a nuestro destino, pero llegó el GPS. Hubo un tiempo en el que los humanos sabíamos escribir y hacer operaciones matemáticas a mano, pero llegaron los ordenadores y las calculadoras. Hubo un tiempo en que los humanos conocían las propiedades beneficiosas de las plantas y productos naturales locales y cómo combinarlas en cada estación del año y para cada padecimiento, pero llegó la globalización y la comida rápida. Poco a poco, hemos ido perdiendo muchas de esas tremendas dotes de observación, evidentes en nuestros ancestros, a cambio de la ley del mínimo esfuerzo.
Como ilustración de la capacidad de nuestros antepasados de percibir las propiedades de las plantas del entorno, vamos a utilizar el producto del 'Teobroma cacao', que se traduce literalmente como 'comida de los dioses'  y que todos conocemos más llanamente como chocolate.
Los Incas, los Mayas y los Aztecas lo utilizaron desde el siglo IV como una fuente de poder, energía y curación. Cuentan las crónicas que Moctezuma bebía chocolate en pequeñas cantidades hasta 50 veces al día, en su caso al parecer para aumentar su virilidad.
El primer encuentro conocido entre el chocolate y el mundo europeo fue en 1504 a través de Cristóbal Colon. Más tarde, Hernán Cortés, convencido de sus múltiples propiedades beneficiosas, lo convirtió en un componente esencial de la dieta de sus soldados, ya que, además de la propiedad antes citada, proporcionaba energía, concentración mental, aguante y sensación de bienestar.
Cortés describió en una de sus cartas al Emperador Carlos V que: "una sola taza de esta bebida fortalece tanto al soldado que puede caminar todo el día sin necesidad de tomar ningún otro alimento". Fue también Cortés quien se convirtió en el primer importador al traer una pequeña cantidad de semillas a España en 1528, aunque el primer cargamento comercial no llegó a Sevilla desde Veracruz hasta el 1585.
En Europa, al igual que en Mesoamérica, el beber chocolate estuvo restringido por mucho tiempo a la nobleza, hasta que, como resultado de intensos cultivos y subsecuente abaratamiento de la producción, su consumo se democratizó, pero sin perder en ningún momento su aura medicinal, ya que entre los siglos XVI y XX se le atribuyeron más de 100 propiedades medicinales.
El chocolate, tal como lo consumimos ahora, mayoritariamente de forma sólida, fue el resultado de procesos tecnológicos, principalmente en Holanda y Suiza, diseñados para adaptarlo a las costumbres y al paladar europeo y facilitar su consumo.
En los últimos años los estudios científicos están redescubriendo los que nuestros antepasados entendieron y experimentaron por siglos: que el chocolate negro tiene múltiples efectos saludables. Estos efectos han sido demostrados tanto a nivel epidemiológico como a nivel clínico. Los estudios poblacionales han demostrado que su consumo está asociado con menor mortalidad cardiovascular y riesgo de diabetes, infarto de miocardio e ictus, así como a un mejor bienestar sicológico.
Además de la evidencia sólida que teníamos desde hace algún tiempo sobre sus beneficios sobre la hipertensión, estos últimos días ha aparecido publicado en el 'European Journal of Clinical Nutrition' un estudio que demuestra, en un análisis combinado de toda la evidencia clínica, que el consumo de chocolate negro reduce significativamente los niveles de colesterol en la sangre, sobre todo del colesterol 'malo'.
Sin embargo, este no es el único mecanismo responsable de la protección cardiovascular ya que, además, el chocolate contiene una de las mayores concentraciones conocidas de ciertos tipos de antioxidantes conocidos como polifenoles y que también se encuentran, aunque en menores cantidades, en el aceite de oliva extra virgen y en el vino tinto.
Estos antioxidantes combaten eficazmente los radicales libres que son promotores de las enfermedades cardiovasculares y en general de todas las enfermedades asociadas con el envejecimiento.
Sin embargo, no nos olvidemos de que, como en todo lo relacionado con la nutrición, más no es mejor y, en el caso del chocolate, hemos de balancear su aporte calórico con sus múltiples beneficios, incluyendo los psicológicos y de bienestar.
Afortunadamente, estos pueden ser obtenidos con un consumo moderado.  Con respecto a la perenne pregunta de si somos lo que comemos, en el caso del chocolate, no creo que el comerlo nos convierta en dioses, pero al menos, si es de buena calidad, nos hará sentirnos como tales.

La risa, analgésica y cardioprotectora  

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La risa, analgésica y cardioprotectora

Una mujer se ríe a carcajadas en París. | Afp

En este momento del año en el que tanto se habla de la depresión postvacacional, y en el que los titulares de la prensa y las cabeceras de los telediarios parecen confabularse para que no salgamos de la misma, investigadores ingleses, holandeses y americanos han demostrado, una vez más y de manera rigurosamente científica, lo que Salomón, reconocido sabio de la antigüedad, había juiciosamente plasmado en sus proverbios: "Gran Remedio es el corazón alegre, pero el ánimo decaído seca los huesos. (Proverbios 17.22)".
La relevancia de este mensaje y su globalidad queda reflejada a lo largo de la historia y de la geografía. Así pues, en la cuna de la medicina occidental moderna, los médicos griegos recomendaban a sus pacientes asistir a las comedias como parte del proceso curativo. Mientras que al otro lado del océano, era tradición entre los indios americanos que un payaso fuera parte del 'equipo médico' en la curación de los enfermos.
La importancia de la risa en la cultura india queda demostrada de manera inequívoca por el hecho de que entre los Navajos la ceremonia equivalente al bautismo cristiano era la de la primera sonrisa del bebé, momento en el que pasaba a ser 'humano'. La importancia de la risa tampoco pasó desapercibida en las teorías evolutivas de Darwin, e incluso precede al 'Homo sapiens' al manifestarse claramente entre los chimpancés y otros primates.

Eficaz contra el dolor

Pero volvamos al momento y a la ciencia presente. En el número más reciente de la prestigiosa revista científica 'Proceedings of the Royal Society’, un equipo internacional de investigadores liderado desde la universidad de Oxford ha demostrado, tras 10 años de investigaciones, que una buena risa con tus amigos tiene efectos altamente analgésicos. Estos investigadores demuestran que tan sólo 15 minutos de ver comedias de televisión en compañía de otros son suficientes para ejercer un efecto significativamente beneficioso sobre el dolor.
Por el contrario, ver programas de otro tipo (ej., espacios sobre cómo aprender a jugar al golf) no ejercía beneficio alguno. Es importante resaltar varios aspectos de este trabajo. Primero, los efectos se producen cuando la risa es 'de verdad' es decir la que nosotros conocemos como desternillante y los expertos como de 'Duchenne' y no se trata de una risa de 'compromiso'. El segundo mensaje importante es que los efectos se maximizan cuando la risa es social, es decir, compartida.
Esta investigación también confirma algunos de los mecanismos propuestos como responsables de los beneficios de la risa. Por una parte está la sensación de agotamiento tras una buena dosis de risa y su impacto positivo sobre el sistema cardiovascular. A este respecto se ha estimado que veinte segundos de risa equivalen a unos tres minutos de ejercicio constante, y que durante ese periodo se están ejercitando más de 400 músculos.
Por otra parte, la risa induce la producción en el cerebro de endorfinas, analgésicos naturales endógenos que tienen efectos opiáceos y generan sensaciones placenteras y de sociabilidad, y que también se conocen como hormonas de la felicidad.
Curiosamente, su producción está también estimulada por el ejercicio y ciertos alimentos.

Un efecto cardiosaludable

Casi simultáneamente a la publicación de estos resultados y de manera totalmente independiente, investigadores de la universidad de Maryland en Baltimore (EEUU) presentaban en el Congreso de la Sociedad Europea de Cardiología, celebrado en Paris, resultados de un experimento en el que los sujetos fueron expuestos en diferentes días y de manera aleatoria a películas divertidas (ej., 'Algo pasa con Mary') o estresantes (ej., 'Salvad al soldado Ryan') de manera que cada sujeto servía como su propio control. Cuando los voluntarios vieron la película estresante su sistema vascular desarrollo una respuesta negativa conocida como vasoconstricción, reduciendo peligrosamente el flujo sanguíneo.
Por el contrario, tras ver la película divertida se produjo una vasodilatación beneficiosa y cardiosaludable. De nuevo, los beneficios observados eran consistentes y de magnitud similar a los obtenidos con ejercicio aeróbico sostenido, e incluso con el uso de los populares fármacos conocidos como estatinas. La 'receta' cardiovascular de estos investigadores fue sencilla, segura y sensata: come saludablemente, haz ejercicio y practica la risa cada día. A la cual deberíamos añadir que esta se tome en dosis frecuentes, abundantes y en compañía.
Es importante resaltar que estos estudios no son los únicos, sino los últimos de una larga serie de investigaciones que han venido sugiriendo y demostrando los beneficios de la risa sobre el dolor y el sistema cardiovascular, pero también sobre el cáncer, patologías psicológicas y el sistema inmune.
Lo que dejan claro, una vez más, es que la salud y la prevención de la enfermedad se pueden conseguir de una manera 'buena, bonita y barata' con la adherencia a nuestra cultura mediterránea, que además de la dieta incluye un estilo de vida cimentado por el buen humor, la risa y la socialización.

«No pienses cuántos hijos quieres, sino cuántos puedes tener que vivan una vida maravillosa»  

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«No pienses cuántos hijos quieres, sino cuántos puedes tener que vivan una vida maravillosa»



Cuando Paul Ehrlich, biólogo y profesor de Stanford, escribió 'El boom de la población' (1968), éramos 3.500 millones de humanos, la mitad que hoy. Sus pronósticos de que no íbamos a ser capaces de alimentar a todos si seguíamos creciendo no se hicieron realidad como resultado de la 'revolución verde'. Aun así, Ehrlich piensa que «estamos viviendo directamente del capital natural en lugar de vivir de sus intereses».

PREGUNTA: ¿Se siente 'vindicado' ahora que la sobrepoblación vuelve a ser considerada un problema después de tantos años aguantando críticas?
RESPUESTA: Está bien que la gente por fin se esté dando cuenta de lo seria que es la situación. Pero pienso que todavía la prensa lo considera un tema tabú.
P: ¿Por qué?
R: A todos nos gustan los niños, así que la idea de limitar el número de niños no recibe mucho apoyo. Es una decisión muy personal. Cada vez hay más gente que decide no tener más de dos hijos. Pero en muchos lugares es, de forma relativa, económicamente viable y hasta necesario, tener más hijos. Uno de los retos de la Humanidad es cerrar la brecha entre ricos y pobres, para que la gente pobre no deba tener hijos para que les apoyen en su tercera edad.
P: ¿Cuál es la población ideal del planeta?
R: Depende del estilo de vida que queramos tener con la tecnología disponible. Si todos quieren vivir como un estadounidense, tendríamos que ser menos de mil millones. Si queremos vivir como un ciudadano de México, entre tres y cuatro mil millones. Según los últimos estudios, es posible que la Tierra aguante a largo plazo entre mil y dos mil millones de personas. Pero vamos por siete y rápidamente a por nueve o 10. De cualquier manera, tendríamos que ser menos de los que somos hoy.
P: ¿Cómo puede la gente concienciarse para tener menos hijos?
R: Es muy importante no pensar cuántos hijos quieres, sino cuántos hijos puedes tener que vivan una vida maravillosa y puedan recibir una buena educación.
P: ¿Cree usted que en el futuro la gente se comprometerá a tener uno o dos hijos o acabará siendo obligatorio tener sólo un hijo, como en China?
R: Creo que veremos más control de población, lo que es triste. Deberíamos haber encontrado otras maneras de restringir la población. Lo ideal sería que todos los países tuvieran una tasa de crecimiento media de 1,5 niños por familia, con familias de padres maravillosos que tengan tres hijos y gente que no quiera ninguno. Lo mejor es un eslogan político que diga: «Para en el número dos». Así podríamos comenzar a rebajar la población a un nivel sostenible, donde nuestros hijos, nietos y bisnietos puedan vivir vidas decentes en lugar de peores a las que vivimos hoy.
P: Un niño de 10 años me pidió que le preguntara cómo piensa usted que será su vida dentro de 50 años.
R: Puede que tenga un futuro muy agradable, o un mundo no deseable que no se parezca en nada al de hoy. Si no hacemos nada por el ambiente y nuestras relaciones internacionales, podríamos tener una guerra nuclear. Depende de nosotros, de sus padres y abuelos, y de su generación, de si nos empezamos a tomar el medioambiente con seriedad. Ningún país está haciendo algo verdaderamente significativo para frenar la destrucción de nuestros sistemas climáticos y vitales, de los animales y plantas de los que dependemos para nuestro sustento. Si no cambiamos, no puedo ofrecer una visión muy alegre. Pero si decidimos hacer algo, y podemos hacer muchas cosas, podría tener una vida mejor que sus padres.
P: Según el filósofo y anarquista verde John Zerzan, la única solución es volver al primitivismo, y que acabaremos así de todas formas.
R: Estoy de acuerdo en que acabaremos así si seguimos el rumbo marcado, pero no diría que es la solución. La solución está en ver cuánto necesita una persona consumir, y ver cuáles son las ventajas de tener tanta gente viviendo al mismo tiempo. Si quieres maximizar el número de personas que vivan en el mundo, debemos tener una población sostenible a un plazo de millones de años. Al ritmo que vamos, es muy posible que lleguemos a un colapso de población en los próximos 50 o 100 años. Si queremos tener el máximo número de personas que vivan en este siglo, podemos destruir nuestros sistemas vitales y llegar a ocho o nueve mil millones, para después bajar a unos tantos cientos de miles y regresar a una población de recolectores y cazadores, que no es lo que yo apoyo.
P: ¿Usted cree que los científicos deben ser también activistas y no sólo informar?
R: Todos deberíamos invertir parte de nuestro tiempo en la acción. Las protestas de Wall Street demuestran que la gente está harta, y quizás sea el principio de un cambio del sistema político. Es triste que los candidatos presidenciales sean unos imbéciles que no saben nada y con cerebros pequeños que piensan que toda la comunidad científica se equivoca cuando dice que la sobrepoblación, el cambio climático, el vertido de sustancias tóxicas en el ambiente y la falta de atención al cultivo de nuestros alimentos son un peligro. Es un momento peligroso, en particular para EEUU, porque nuestro gobierno está roto, y lo llevan unos idiotas.
P: ¿Quizás nos fijamos demasiado en beneficios a corto plazo, comenzando por nuestro sistema económico, en lugar del pensamiento a largo plazo?
R: Correcto. Creemos que la economía puede continuar creciendo por siempre jamás. Un economista muy famoso dijo que si crees en el crecimiento perpetuo de la economía, o estás loco o eres un economista. Si la prensa sigue atrapada por las corporaciones y el Tribunal Supremo sigue dando más poder a las corporaciones y los más ricos, seguiremos igual. Desafortunadamente, los EEUU suelen arrastrar al resto del mundo.
P: ¿Es posible un cambio a una visión a largo plazo?
R: Si la gente, como la que protesta en Wall Street, sigue insistiendo por un cambio, es posible. Tenemos la ventaja de contar con un presidente muy listo, aunque esté mermado por asesores tontos y por una oposición al borde de la locura, el Partido Imbécil, los Republicanos. Es una pena, porque yo solía ser republicano. Pero, como muchos otros, dejé el partido cuando se volvieron totalmente locos.
P: ¿Recomendó usted alguna vez la esterilización obligatoria?
R: Dije que podríamos llegar a eso, pero nunca que fuera la solución ideal. Siempre pensé que sería muy difícil a nivel social. De hecho me sorprende el éxito de la política china. La presión suave con sistemas contraceptivos disponibles para todo el mundo que sea activo sexualmente y la política social que anima a la gente a parar con dos, es lo que yo siempre he recomendado. En Europa ha funcionado.
P: En el libro que escribió con su mujer, 'El animal dominante', dice que el hecho de que el Papa esté en contra de la contracepción no ha tenido mucho efecto en países católicos como España. ¿Cree que es igual en Latinoamérica?
R: No tanto como en Europa, pero van en esa dirección. Cuando el Papa habló contra la píldora, muchas mujeres latinoamericanas preguntaron a sus párrocos dónde encontrar esa píldora que había mencionado el Papa.
P: En sus estudios de evolución, consiguió que la mosca del vinagre se volviera resistente al DDT en un par de semanas. Los humanos necesitaríamos cientos de años para evolucionar de la misma manera. ¿Le preocupa el uso de pesticidas y tóxicos?
R: Mucho. Está comprobado el cambio drástico en proporción de hombres y mujeres. En algunos poblados subárticos están naciendo el doble de niñas que niños, cuando lo normal sería 107 niños por cada 100 niñas. Y también se está adelantando la edad de la pubertad. Sabemos que muchos de los químicos que soltamos al medioambiente, según crece la población, son tanto veneno como imitadores hormonales. En nuestras botellas de plástico ponemos bisfenol A, que fue desarrollado como una hormona femenina. El componente se filtra al agua de las botellas de plástico utilizadas para alimentar tanto bebés varones como hembras. ¡Es una locura! La situación tóxica es una bomba de relojería… y podría ser peor que el cambio climático, porque lo que soltamos al ambiente no hay manera de capturarlo de nuevo. Lo mismo con los océanos, que hemos recubierto con partículas de plástico y no sabemos el efecto que esto pueda tener.
P: Quizás así se reduzca la población…
R: ¡No es el método que yo recomendaría!
P: ¿Puede usted finalizar con un mensaje optimista?
R: Podemos hacer muchas cosas para enfrentarnos a estos dilemas, como limitar nuestra población, ser justos en el consumo distribuyendo bien los recursos, cambiar nuestro sistema energético para reducir los problemas de cambio climático, controlar nuestras sustancias tóxicas, proteger nuestra pesca, proteger la biodiversidad… Se puede hacer todo esto si contamos con voluntad política, lo que significaría organizar a la población mundial para que estemos verdaderamente seguros, en lugar de seguir el sistema de siempre. No hay nada pesimista sobre lo que podemos hacer. Lo pesimista es seguir haciendo lo de siempre. Debemos cambiar y lo podemos hacer de forma que todo el mundo viva mucho mejor.